El Espectador.com – 13 noviembre 2011
Por: Daniel Salgar Antolínez
Artículo original
Sue Cox, Phil Saviano Y Peter Isely sobrevivieron a los abusos sexuales por parte de curas católicos en su infancia. Han apoyado a otras víctimas para que revelen sus historias y han denunciado a la Iglesia ante la Corte Penal Internacional.
Durante siglos se mantuvieron en secreto los abusos sexuales a menores por parte de curas católicos en el mundo. Sólo en los últimos años las víctimas se han atrevido a revelar sus historias y a exigir que la Iglesia deje de encubrir a los curas pederastas. Tres de los abusados que hoy lideran la lucha contra el oscuro secreto de la Iglesia le cuentan sus historias a El Espectador.
Sue Cox
Sue Cox fue adoptada por una familia muy católica. Vivían en Warwickshire, Inglaterra, donde había una parroquia sin habitaciones para los religiosos, por lo que éstos eran hospedados en casas de familia. Y como la madre de Cox era monja, le gustaba alojar a los curas. Uno de ellos, el padre Nichelsen, violaría a su hija a los 10 y a los 13 años. Cox recuerda que en una de esas ocasiones su madre entró a la habitación, pudo ver y entender la escena, pero no hizo nada. “Me decía (el padre) que rezara por él. Nunca habló de eso”.
Nichelsen no se quedó mucho tiempo en casa de Cox, pero sí lo suficiente para dejarle un trauma. “Cuando tenía 13 años, la última vez que me violó, tuve un desorden alimenticio, me volví alcohólica, empecé a probar las drogas, me sentía inconforme con mi familia”. Cox —quien hoy es profesional de la salud— añade que lo mismo les sucede a otros sobrevivientes, porque los abusos se producen cuando el cerebro está en desarrollo y dejan un trauma difícil de superar.
A los 17 años se casó para irse de su casa. Su matrimonio fue desastroso, violento y deprimente. “Pero tuve suerte, porque de ahí nacieron seis hijos”. A los 29 años dejó de beber por miedo a que su familia sufriera las consecuencias de su alcoholismo, empezó a estudiar las adicciones, fue a la escuela y a la universidad. Mientras estudiaba compartió experiencias relacionadas con sus adicciones y desórdenes alimenticios, pero nunca mencionó los abusos sexuales: “Aún me sentía apenada, culpable, temerosa”. Cox explica que muchas víctimas no se atreven a hablar porque, como ella, “crecieron en una religión basada en el miedo y la culpa. El cura parece cercano a Dios, en muchos casos el cura es el profesor de las víctimas, es una figura paterna, dice a los menores que Dios los castigaría si hablan sobre los hechos. Hay una conspiración del silencio. La gente tiene miedo de la Iglesia, del cura, de Dios”.
Hace tres años recibió un premio por su trabajo en asistencia a drogadictos y alcohólicos. Un periodista hizo un artículo sobre ella y le preguntó por qué hacía lo que hacía: “era ridículo si no lo confesaba”. Reveló su historia y se convirtió en una multiplicadora de voces de víctimas. El pederasta que violó a Cox, para entonces ya estaba muerto, por eso no podía ser denunciado. “Pero en todo caso hablé, para ayudar a otros a que también hablen. Lograr que lo hagan es una razón de éxito en mi profesión. Contar el secreto es un primer paso para superar el trauma”.
Dos ciudadanos de Boston, Bernie MacDaid y Gary Bergeron, que fueron de los primeros en hablar de abuso sexual de curas hace más de 10 años en EE.UU., la contactaron. Juntos, con el holandés Tom Leerschool —también víctima de curas pederastas—, fundaron hace un año la organización Survivors Voice. El 29 de octubre de 2010 hicieron una reunión de sobrevivientes en Roma, frente al Vaticano. Llegaron miles de personas de más de 12 países dispuestas a contar sus historias: “entre ellos había 60 sordomudos de Italia que habían sido abusados en los Institutos Provolo de Verona por padres católicos. Uno de ellos fue violado por 16 curas”, cuenta Cox.
Los fundadores de Survivors Voice, apoyados por la prensa italiana, llevaron la denuncia hasta la diócesis de Verona, que intentó negar la historia y acusó a las víctimas de mentir e intentar chantajear a la Iglesia. Finalmente se abrió una investigación. Sin embargo, ninguno de los acusados ha sido alejado del instituto, a donde aún asisten centenares de niños.
El pasado 29 de octubre, cerca de un centenar de sobrevivientes se reunieron en el Castel Sant’Angelo, frente al Vaticano, e hicieron fiesta para celebrar lo que ellos mismos declararon desde el año pasado como el día mundial de los sobrevivientes de curas pedófilos católicos.
Desde que rompió su silencio, Cox ha estado en las marchas en contra de las visitas del Papa al Reino Unido y a favor de una Europa secular. La cantidad de gente que se ha sumado, dice ella, es incalculable. “Cada vez que alguien cuenta su historia, salen otros dos, 20, 100, que se animan a hablar. Esto es importante, porque si las historias no se cuentan, las próximas generaciones de abusados no lo harán. El secreto no se puede seguir perpetuando”.
Peter Isely
Mide casi dos metros, tiene la cabeza afeitada, la cara angular, los ojos profundos, un halo de misterio. Parece un profeta del viejo testamento, un religioso, un cura. Y por poco lo es. Creció como devoto católico y parecía destinado al clero. Su madre rezaba el rosario cinco veces al día y le ponía medallas del catolicismo bajo la almohada. Asistió al St. Lawrence, un seminario católico en Milwakee, Wisconsin, EE.UU. Después del seminario abandonó su sueño de ser cura, aunque cada domingo asistía a misa.
Pero uno de esos domingos, en noviembre de 1992, la historia cambió. Entró a un café y leyó, en el Milwakee Journal, una columna de opinión escrita por el arzobispo católico Rembert Weakland, quien respondía a acusaciones contra curas que habían abusado sexualmente de menores. Fue entonces cuando Isely sintió el llamado a revelar la historia que trataba de dejar atrás desde hacía más de 20 años.
En la columna el arzobispo decía que los curas necesitaban asegurarse de que la comunidad católica los apoyaba y haría todo para que las víctimas recuperaran sus vidas productivas A Isely le impactó de tal modo que no asistió a la iglesia. Fue a su casa y escribió una carta abierta a Weakland al diario que acababa de leer. El domingo siguiente su misiva ocupó la primera página.
Isely revelaba que en el seminario St. Lawrence había sido violado por el reverendo Gale Leifield, que era el rector, desde que tenía 13 años hasta que cumplió 17. “No le digas a tu madre, eso la mataría”, le decía el reverendo después de cada violación. “Cuando uno es un niño se echa la culpa por todo. Yo sentía que era mi culpa”, asegura Isely, quien durante más de 20 años no reveló su secreto ni siquiera en los confesionarios.
Isely se convirtió así en uno de los principales antagonistas de la iglesia de Milwakee y se hizo líder de Survivors Network of Those Abused by Priests (Snap), la organización que ha denunciado en la Corte Penal Internacional (CPI) los abusos de la pedofilia clerical.
“La pederastia clerical es un escándalo criminal sistemático y requiere una vigilancia sistemática. Ha sido permitida por una jerarquía privada global. El remedio debe involucrar abogados seculares con alcances globales. Por eso pedimos formalmente a la CPI que investigue y procese a los responsables de perpetrar estos crímenes”.
Isely no sólo denunció su caso. “También represento a los cientos de niños sordos que fueron abusados en el St John’s School for the Deaf en Milwaukee por el padre Lawrence Murphy. El caso de Murphy fue enviado directamente al Vaticano y a la oficina del cardenal Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI. Ratzinger sabía que Murphy abusó de cientos de niños sordos, pero le permitió permanecer como cura en su ministerio”.
Ahora, a sus 51 años, cuenta que revelar el amargo episodio y tratar con el trauma lo transformó, pasó de ser un hombre herido a “una conciencia pública y autoafirmativa de la Iglesia Católica”. Además, se convirtió en el soporte jurídico de cientos de víctimas que intentan hacer justicia.
Phil Saviano
Es considerado un héroe entre los sobrevivientes de curas pederastas. Este hombre, que llega a los 60 años, que es homosexual y padece de HIV, se atrevió a contar su historia en 1992, pocos meses después de que intentara suicidarse al ingerir un tarro de píldoras para dormir.
La mañana del 17 de septiembre de 1992 Saviano leyó en el diario Boston Globe un artículo sobre un padre de Massachusetts que había abusado de niños en Nuevo México. La noticia le trajo recuerdos de 1964, cuando tenía 11 años y asistía a la catequesis en la iglesia St. Denis, en East Douglas. David Holley, el pastor de la iglesia, lo obligaba a practicarle sexo oral repetidas veces en el “frío y oscuro sótano de la iglesia”.
Treinta años después, Holley fue acusado de violar niños que estaban bajo su cuidado en Nuevo México, en 1970. Actualmente cumple una sentencia de 275 años de prisión por abusar de al menos ocho menores. Después de leer la prensa, Saviano decidió que contaría su historia.
Buscó ayuda con el abogado Eric MacLeish —quien hoy representa a 250 víctimas de abuso sexual por parte de clérigos— e interpuso la primera demanda en Massachusetts contra la diócesis de Worcester, a la que pertenecía el padre Holley cuando abusó de Saviano. En 1995 la diócesis le ofreció a Saviano US$15.500 con la condición de que guardara silencio sobre el caso. Pero Saviano no aceptó: “No podía aceptar sin sentirme culpable por hacer parte del gran secreto de la iglesia”, dice. Interpuso una demanda, que fue la primera contra el clero en Boston, para tener acceso a los archivos de los religiosos.
Así se enteró de que “Holley había abusado de menores en cada uno de sus oficios religiosos durante los 30 años en que estuvo en la iglesia. Al menos seis obispos de cuatro estados sabían que era un pedófilo. “Esto ilustra el encubrimiento y la política de proteger a los abusadores que el Vaticano implementa históricamente”.
Saviano se convertía en la primera víctima en denunciar abuso sexual por parte de clérigos sin ser condenada al silencio. Para esos tiempos también salían de las sombras las víctimas de otro padre, John Geoghan, y Saviano se les unió. En 1997 fundó el New England Chapter de Snap, un grupo de apoyo y de soporte legal que lideró durante una década. En los años siguientes adhirieron más de 100 miembros al grupo, se hicieron consejos para víctimas y para la protección de los derechos de la niñez. Desde entonces, con el impulso de Saviano, Snap ha dejado de ser una organización nacional con cinco sedes, y ha pasado a tener casi 50.
Hoy Saviano pregunta: “Y si el tarro de píldoras para dormir que me tomé hubiera tenido un efecto fatal, ¿te imaginas todo lo que me hubiera perdido?”.
El padre Holley le envía numerosos mensajes desde prisión, ninguno de ellos mostrando arrepentimiento y todos quejándose de las injusticias del sistema legal. Los mensajes de Holley terminan así: “Que Dios te siga guardando en su tierno cuidado”.
Demandas no prosperan en la CPI
Hasta ahora no ha prosperado ninguna de las demandas interpuestas en la Corte Penal Internacional (CPI) contra la Iglesia católica por abuso sexual a menores. La más reciente de estas acciones judiciales fue presentada por el Centro para los Derechos Constitucionales y la Red de Supervivientes de las Víctimas de Abusos (Snap, en inglés), el 16 de septiembre de 2011, en contra del Vaticano. Los sacerdotes señalados como agresores son de Bélgica, India y EE.UU., y habrían abusado de menores en la República Democrática de Congo y en EE.UU. Las víctimas demandan al papa Benedicto VXI; al cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado del Vaticano; al cardenal Angelo Sodano, actual decano del Colegio Cardenalicio, y al cardenal William Levada, jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por permitir que curas pederastas sigan en la Iglesia. El papa Benedicto XVI ha pedido perdón públicamente a las víctimas, mientras que otros portavoces del Vaticano afirman que la demanda es “estúpida y absurda”. Añaden que los obispos, y no las cabezas del Vaticano, son los responsables directos de los sacerdotes de sus diócesis. Pamela Spees, abogada del Centro para los Derechos Constitucionales, ha afirmado que la CPI es un tribunal global adecuado para un asunto global, pero uno de los problemas para resolver los juicios es ubicar el abuso sexual por parte de clérigos en la definición de crímenes contra la humanidad, que se deriva de ataques —sistemáticos y amplios— contra civiles en una situación de conflicto.
Barbara Blaine
“Creemos que, en este momento, cientos de niños son abusados sexualmente por curas católicos, monjas, obispos y seminaristas. Esa violencia es ocultada sistemáticamente, como lo ha sido por décadas, por los altos oficiales de una jerarquía global insensible, secreta, rígida y poderosa. Sabemos que para algunas personas puede ser difícil equiparar los crímenes sexuales del clero y los encubrimientos con otras formas de violencia que procesa la CPI, pero la violencia, la violación y la tortura toman muchas formas. Pueden desarrollarse abierta o clandestinamente; pueden ser explícitamente ordenadas o sutilmente permitidas. Pueden ocurrir en la plaza de un pueblo o tras las puertas; por parte de oficiales públicos o instituciones privadas. Pero es errado castigar la violencia más obvia en contra de miles mientras se ignora la menos obvia en contra de miles”.
Barbara Blaine, directora de Survivors Network of Those Abused by Priests (Snap), cuando se iniciaron las demandas contra la Iglesia en la CPI.
Joelle Casteix
Cuando se interpusieron las demandas ante la Corte Penal Internacional (CPI), por el Survivorrs Network of Those Abused by Priests (Snap), estas fueron las palabras de la directora regional de Occidente para esta organización, Joelle Casteix(foto):
“Durante los últimos diez años el mundo ha visto lo que las víctimas han conocido desde hace mucho tiempo, que el abuso sexual y los encubrimientos en la Iglesia católica son un problema global que concierne a cada parroquia, cada diócesis y cada país en el mundo. Nosotros vemos y entendemos que el abuso sexual ocurre en todas partes, pero la razón por la cual estamos hoy en La Haya es por el sistemático e institucional encubrimiento que se ha permitido florecer en una Iglesia y un Estado diplomático que continuamente ha evitado rendirle cuentas a la justicia”.